Del artículo «La raíz es el cerebro de la planta. Manejos y productos para potenciar el desarrollo radicular», publicado en la revista Red Agrícola.
Pese a ser un componente clave para el rendimiento y la calidad de las cosechas, muchas veces no se presta a las raíces la debida atención, manejo y cuidado.
Las raíces cumplen un evidente rol como ancla y soporte mecánico del desarrollo aéreo y además la función crítica de absorber agua y nutrientes. Pero así mismo son relevantes como órganos de acumulación de nutrientes de reserva, que permitirán a las perennes brotar a la siguiente temporada, y suplir carencias en situaciones de estrés, como es, por ejemplo, producir una gran cantidad de fruta. Pero eso no es todo, ya que sus ápices también producen fitohormonas. Si se dispone de un buen sistema de raíces, este enviará señales de tipo hormonal que potenciarán el desarrollo de brotes y frutos.
En el caso de las hortalizas se reconoce una relación directa entre la masa radicular y el desarrollo de la parte aérea ya que se ha observado que a mayor masa radicular mayor el grosor del tallo y más capacidad de traslocación, por lo que aumenta el área de las hojas, lo que favorece la fotosíntesis y aumenta el calibre de los frutos. Esa relación directa entre sistema radicular y expresión vegetativa provoca una mayor absorción de agua y nutrientes e incrementa el suplemento hormonal desde la raíz a la parte aérea, lo que favorece el desarrollo foliar y consecuentemente la cantidad de fotoasimilados.
Para lograr una generación constante de raíces nuevas o tasa positiva entre natalidad y mortalidad radicular, es necesario manejar el suelo como un sustrato favorable y equilibrado. Se debe manejar la física, química y biología del suelo para evitar la compactación y aportar materia orgánica de calidad (ej. ácidos húmicos y fúlvicos), así como proteger la superficie del suelo (mulch) y procurar una nutrición equilibrada (riego y fertilización).
La materia orgánica de calidad mejora la estructura del suelo al formar enlaces con las superficies reactivas de las partículas minerales, uniéndolas y formando agregados más estables frente al agua. Pero además la materia orgánica mejora las propiedades biológicas al aumentar los niveles de bacterias, hongos, nemátodos depredadores, etc., los que así mismo incrementan la eficacia del control biológico de las plagas del suelo.
Más allá de su expresión genética determinada, el desarrollo de los sistemas radiculares está condicionado fundamentalmente por cuatro factores: temperatura, humedad, aireación y resistencia mecánica del suelo. A estos cuatro factores principales se debe añadir las variables biológicas, fitosanitarias en el caso de plagas y enfermedades, pero también la actividad de los microorganismo del suelo. Estos últimos cobran cada vez mayor importancia agronómica y están concentrando gran cantidad de investigación por su enorme potencial como herramientas de alta tecnología para impulsar el desarrollo sustentable de las raíces de los cultivos. Entre los microorganismos benéficos del suelo, en algunos casos catalogados como biofertilizantes, se puede mencionar Trichoderma, micorrizas, Rhizobium, Azopirillum, actinobacterias (o Actinomycetes), Bacillus, rizobacterias (ej. Azospirillum y Bradyrhizobium).